Pocos equipos son capaces de encadenar tres triunfos consecutivos en una temporada. Sobre todo, en Segunda División, cuya categoría es un quebradero de cabeza para los que residen en sus profundidades debido a las mínimas diferencias que existen entre sus competidores. Solo los grandes alcanzan rachas que sirven para posicionarse, para desmarcarse y para resaltar en medio de una multitud que, en su mayoría, sueña con subir a Primera División. El Levante no se queda corto. Ni en su ilusión por ascender a la élite ni en grandeza, la cual desprende a niveles intangibles más allá de su circunstancia. Ninguna de las dos se las arrebatarán, pero, después de su victoria contra el Cartagena, el sueño de volver a competir contra los mejores empieza coger tintes de posibilidad.
De que, si sigue así, fiel a su camino, a sus ideas y a su filosofía, terminará siendo realidad. El triunfo frente al colista, además de suponer su tercero seguido por primera vez en la presente temporada, coloca al Levante en una posición que, en el mes de marzo, y a falta de 12 jornadas por jugarse, no es casualidad: tercero, empatado a puntos con el segundo y a una unidad de distancia del líder. Números de equipo que quiere, que va a pelear hasta el último segundo por ascender y que se ha ganado el derecho a ilusionarse y a soñar por todo lo alto. Lo mejor está por llegar y el Levante lo quiere afrontar consciente de que este puede ser el año en el Ciutat de València.
Pese a ser el colista y de llevar a sus espaldas registros de descenso sin paliativos, los de Julián Calero trataron al Cartagena desde el respeto competitivo y sin querer caer en relajaciones. La derrota contra el Racing de Ferrol todavía sigue presente en los anales del levantinismo y nadie contempló la opción de tropezar con la misma piedra. Dominante con balón, pero sin generar oportunidades de gran peligro, el Levante salió a no especular a pesar de que el Cartagena vio cómo Unai Elgezabal, con dos intervenciones salvadoras, le negó el gol a Nacho y a Dani Escriche respectivamente.
Primero con la cabeza y casi desde debajo de los palos y, después, estirando su pierna izquierda cuando el balón ya superó el radio de control de Andrés Fernández. Sin embargo, el Levante no se sumergió en la intranquilidad. Mascó el partido con el fin de desgastar a un adversario que, a la media hora del inicio, cayó en la trampa y provocó el falló que terminó en el primer tanto de los levantinistas. Iván Romero se entrometió en una cesión de Andy a Pablo Campos y, después de deshacerse del meta, superó la línea de gol. La ventaja en el luminoso soltó a un Levante más animado de cara a portería, con mayor atrevimiento en la toma de decisiones y más volcado en ataque, con Morales, al filo del descanso, quedándose a pocos centímetros de doblar la renta de su equipo con un disparo cruzado.
El paso por vestuarios, a pesar de que cortó a un equipo en fase de crecimiento, sirvió para limar asperezas de la primera mitad, donde ciertas imprecisiones dieron pie a que el Cartagena dispusiese de contras sobre las que intimidar a los granotas. La vuelta al césped, no obstante, devolvió al Levante a su estilo ofensivo, alegre y dinámico y que tuvo a Giorgi Kochorashvili como el primer futbolista en agitar a su equipo en ataque. Su lanzamiento, después de una asistencia de Carlos Álvarez, se fue arriba, antes de que, en el 60’, Morales se topase con Pablo Campos en un mano a mano muy claro.
El Levante buscó con ahínco el segundo y, sobre todo, no complicarse la vida. El triunfo no se debía escapar. Tal fue su empeño en cambiar su suerte, y en dirigir su tendencia hacia una realidad más esperanzadora e ilusionante, que, superado el ecuador del segundo tiempo, Giorgi Kochorashvili encontró el camino de la tranquilidad después de recoger un rechace de Pablo Campos a disparo de Espí, ejecutando un disparo que, tras desviar una maraña de piernas cartageneras, acabó en el fondo de las mallas. La locura en la grada del coliseo de Orriols se desató, en medio de un triunfo vital por las aspiraciones de ascenso a la élite del fútbol español y de un equipo que, desde el 2-0, se desmelenó. Fue el comienzo de un monólogo teñido de azulgrana donde los fogonazos visitantes fueron indolentes. Y entre tanta euforia, tanta felicidad y tanta emoción, Kiko Olivas, con el encuentro consumiéndose, cometió penalti sobre Roger Brugué para que Vicente Iborra, en un gesto del ‘7’ en cederle la pena máxima, redondease una tarde mágica en el Ciutat de València. Una victoria que marca un antes y un después en la temporada del Levante. Una victoria que sirve no solo para cambiar la tendencia, sino para amarrarse, con todas las de la ley, a la ilusión de los que sueñan con volver a Primera. Solo un punto le separa a los de Julián Calero del líder de la categoría. El derecho a soñar está más que justificado.