La París-Niza que le falta a Jonas Vingegaard

La aventura del ciclismo no es un camino recto, por suerte, y a veces la emoción se encuentra en los detalles: en un repecho, en un puente, en una curva mal trazada, como esa de izquierda en la que Tadej Pogacar entró mal y salió peor en esta Strade Bianche.

Cuando tu rival es tan superior, como sucede con el esloveno cada vez que participa, son los detalles, esas pequeñas cosas, las que cuentan.

Iba Tadej Pogacar escapado con Tom Pidcock y Connor Swift cuando, en una curva, se le fue la rueda trasera.

Caída y revolcón hacia la cuenta, voltereta, si me apuráis, para ponerle la emoción a la Strade Bianche que Tadej Pogacar no estaba dispuesto a otorgarle.

El campeón del mundo no hace prisioneros, va a saco, a por todas, pero, en ocasiones, en una de cada diez, le aparece un rival tronado como Tom Pidcock, quien, no contento con contenerle, incluso le tienta y le prueba en los descensos.

Es cierto que Pogacar, mínimamente bien, es muy superior a Pidcock, pero la caída tuvo su qué.

Cuando, a poco más de veinte kilómetros de meta, Pogacar se fue en solitario, las cosas volvieron a su cauce.

Victoria, la tercera, de Pogacar en la Strade Bianche, que le coloca al nivel, como dijimos, de Fabian Cancellara.

Una victoria más sufrida de lo esperado, cuando atacó a poco menos de ochenta kilómetros de meta: sufrida y sangrada, sin duda.

Porque más allá de la estadística de victorias, que no para de crecer, me parece que esta caída de Pogacar en la Strade Bianche puede tener efectos más allá, como si la propia carretera quisiera recordarle que, incluso él, el mejor ciclista que hemos visto nunca, tiene límites humanos.

¿Qué significa esto?

No lo sé, ellos, los UAE, lo interpretarán. Pero el recuerdo de que cualquier mal paso, cualquier curva que se pudiera trazar mejor, puede dar al traste con los planes.

En todo caso, otra victoria más, y ya quedan menos para las 100.

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