Estaba la parroquia blanca tomando asiento en el Santiago Bernabéu, donde no llueve pese a que sí lo hace en Madrid, cosas del fútbol moderno, cuando Mauro Arambarri se convirtió en ‘trending topic’ a la vieja usanza, protagonista absoluto de las conversaciones. Los dos goles del uruguayo en el descuento del Getafe-Atlético servían al Real Madrid la opción de ponerse colíder junto al Barça si ganaba su partido. Dicho y hecho, con una victoria sin brillo alguno contra el Rayo que sirvió además para afinar la puesta a punto de sus estrellas para el derbi de Champions del miércoles en el Metropolitano.
Es un coliderato por asterisco, condicionado por la suspensión del Osasuna-Barça del sábado, debido a la muerte azulgrana del médico Carles Miñarro, por quien el Bernabéu guardó un sobrecogedor minuto de silencio (también por el árbitro David García de la Loma), pero coliderato al fin y al cabo. Un coliderato sin brillo, con una victoria que nadie nunca recordará por nada especial, pero, de nuevo, coliderato al fin y al cabo. Y no es poca cosa para un Madrid patizambo en los últimos capítulos de LaLiga, con una sola victoria en los cinco partidos inmediatamente anteriores.
Agitó su banquillo Ancelotti pensando en el Metropolitano. A Courtois, directamente, le dejó en la grada, al igual que a un Rüdiger que ha estado renqueante, pero que no tendrá problemas para jugar contra el Atlético. Lo mismo que Valverde, al que Carletto reservó para la segunda parte, mientras que Bellingham regresó al once, tras perderse tres de los cuatro últimos partidos del equipo por sanción. No aportó demasiado el inglés, a decir verdad.
Sí estaba sobre el verde un Vinicius al que se le notó desde el primer minuto con ganas de ser protagonista. Juguetón. Al cuarto de hora ya había reclamado el foco con varias internadas y un remate al palo. Después, el Madrid se adormiló un rato, lo que el Rayo aprovechó para armar una doble ocasión de Ratiu y Gumbau y para ilusionarse con un pase suicida de Asencio hacia Lunin que casi acaba en gol.
El preludio de la tarde lo dio por finiquitado Mbappé con un do de pecho marca de la casa. Se apoyó en Vinicius en el centro del campo y vio campo abierto entre la defensa, a ratos temeraria, del Rayo, y allá que se lanzó el francés para adelentar al Real Madrid. Casi sin tiempo para que la grada asimilara la noticia, Vinicius marcó el segundo. Un gol que se empeñó personalmente en marcar, pues dio vueltas por el área durante un rato, esquivando defensas, hasta que encontró la rendija para encañonar a Batalla.
Mbappé estuvo a punto de finiquitar el encuentro antes del descanso, en un mano a mano, pero en lugar de eso, el duelo se recargó de emoción gracias a un tanto de Pedro Díaz en el añadido. Su disparo golpeó en el larguero y después botó dentro de la portería, algo que el VAR tuvo que comunicarle a un Hernández Maeso que en primera instancia no había concedido el gol.
El gol rayista hizo perder confianza, fluidez y empaque a un Madrid que arrancó aletargado la segunda mitad, permitiendo que el Rayo se fuera sintiendo más y más vivo con el paso de los minutos. Ancelotti, mientras tanto, miraba por el rabillo del ojo a la Champions, dando rodaje a Valverde y descanso a Rodrygo, Mbappé y Bellingham. No así a Modric, que pierde así enteros para ser titular en el Metropolitano.
La segunda parte, en líneas generales, fue de difícil digestión para todos los presentes, fueran cuales fueran sus colores. La ilusión frustrada del Rayo frente al conformismo sin excesivos riesgos del Real Madrid. Solo Vinicius, el más activo, el mejor de los blancos, tocaba a rebato de vez en cuando, romos el resto de punzones de Ancelotti.
Fue mejor el Rayo en los últimos finales, volcándose sobre el área de Lunin, y quizá mereció algo más de premio, no habría chirriado que saliera del Bernabéu con un punto. Pero la victoria fue blanca y con ella el coliderato para un Real Madrid que, ahora ya sí, tiene los cinco sentidos puestos en el Metropolitano.