Un cierre de mercado convulso y años de apreturas clasificatorias ha dado paso a cierta tranquilidad en el Deportivo y en el deportivismo. Hay siempre chupitos de felicidad plena, como ese triunfo en el descuento en Oviedo, y hay también quien paladea esta paz como si fuera la mayor de las victorias. Pero, ante todo, se percibe también como una situación extraña, antinatural. ¿Dónde está el truco? ¿Será todo esto cierto? Mientras surge el giro de guion inesperado de siempre en Riazor o el Dépor le da salsa a este final de liga, aparece en el horizonte un Deportivo-Córdoba, un duelo de recién ascendidos, de equipos atrevidos y valientes que buscarán animar una sesión nocturna de viernes que a cualquier aficionado se le atraviesa. Cuentan, además, ambos con Yeremay y Carracedo, los dos mejores regateadores de Segunda División. No hay mayor metáfora de lo que son estos dos equipos y de lo que le espera en esta velada en Riazor.
Más allá de la promesa de emociones fuertes, tampoco hay que olvidar que Riazor se le está atragantando al Dépor esta temporada. Cada vez que juega a domicilio es temible, cada vez salta a su estadio empequeñece. Un contrasentido, una realidad. Óscar Gilsanz se afanó en defender ayer que el equipo juega cada día más cómodo con la pelota y en estático, pero de momento no le llega para reinar en el patio de su casa, adonde los conjuntos rivales acuden con mayores precauciones y donde los espacios escasean. Nueva reválida para un conjunto que ha alcanzado cierta madurez a domicilio y que ya compite frente a los equipos de la parte alta, pero que aún le falta un punto de cocción para aspirar a cotas mayores, para codearse con los mejores de esta Segunda. La vida sin Lucas Pérez no es tan dura, pero le sigue faltando para soñar con encadenar un segundo ascenso.
El Córdoba llega a Riazor tras darle un buen revolcón al Granada (5-0). Un recién descendido y u club con posibles que se vio arrasado por los verdiblancos, quienes han dado un paso al frente a domicilio después de comenzar la liga de manera raquítica cuando abandonaban el Nuevo Arcángel. Ahora son otro equipo, el Dépor también. Lo lógico, en parte, en dos recién ascendidos.
La fresca propuesta de Iván Ania comprobará la costuras de la nueva idea de Gilsanz para el Dépor que tan bien le ha sentado en las últimas semanas. José Ángel y Dani Barcia en la salida, conexiones por dentro con Mario Soriano, vuelo para los laterales… Suena bien, ha funcionado ante todo lejos de Riazor. Hoy le toca lidiar con un equipo que va de cara, que presiona fuerte arriba, que se lanza a las marcas individuales, que llega a Riazor creyendo más que nunca en lo que hace. Al Deportivo no le van mal ese tipo de equipos, pero el Córdoba ha demostrado que sabe pegar, que tiene confianza y que manda a la lona al más pintado, al de mayor pedigrí.
Aunque Gilsanz lo ve mejor y creciendo, el gran debe del Dépor en las últimas semanas es activar un poco más a su trío ofensivo. Crece desde atrás y la influencia de Mario Soriano en la mediapunta es indudable. Mientras tanto, Yeremay está en ese muro que encuentra la juventud en el último tercio de su primera temporada profesional. Ahora es, además, el líder y el mes de enero tampoco está tan lejos. Todo pesa. Su listón de juego siempre está alto, le falta un poco. Más aún a Mella, encorsetado en esa nueva posición por el centro. El día que se libere, el deportivismo lo hará con él porque con pocos jugadores tiene tal conexión. Cuanta más cal tenga en la bota, mejor le irá al extremo de Espasande, aunque ahora esté catando pasillos centrales. El tercero en discordia es Zakaria Eddahchouri. Su debut en Riazor fue inmejorable, pero a partir de ahí le está costando conectar con el frente de ataque, ser una solución ofensiva. Está en fase de adaptación y muestra buenas maneras. Riazor desea volver a celebrar un gol suyo, y de cualquiera, y también soñar por qué no con Primera División.