Empecemos por el final, por las calles de Siena y Van der Poel volando hacia su primera y hasta el momento única Strade Bianche.
Es curioso porque desde entonces el neerlandés no se ha prodigado por la Toscana.
Sin embargo la Strade Bianche de 2021 cambió por completo la forma de hacer ciclismo.
Todo comenzó lejos de la meta, con los corredores empezando a posicionarse, pero nadie imaginaba lo que se venía. Era la primera carrera del año para Wout Van Aert, con el dorsal número uno, y no sé si también para otros favoritos.
La prueba iba rápida, hacia el circo de Siena, hasta que, de repente, todo se fue al garete.
Lo recuerdo como si fuera ayer: a unos 50 kilómetros de Siena y su famoso Campo, que ahora parece un desierto sin gente, saliendo de un tramo de tierra, la Strade Bianche de 2021 explotó. En ese momento, ya sabíamos que algo grande estaba pasando y que iba a ser definitivo.
Y así fue, nada volvió a ser igual.
Delante, no había ni uno de esos corredores que se quedan pidiendo ayuda, mirando atrás o criticando los relevos. Wout Van Aert lideró el golpe, pero se le unieron Alaphilippe, Van der Poel, Pogacar, Pidcock, Egan Bernal… ¡madre mía!
Arrasaron con lo que quedaba de la escapada, formada por Greg Van Aevermaet, el americano Quinn Simmons, que es muy bueno y no se corta, y Davide Formolo.
A partir de ahí, la Strade Bianche 2021 dejó de ser una carrera cualquiera.
Algunos aún se debaten si merece el título de monumento, pero para mí está claro: esa carrera tuvo todo lo que se necesita para ser considerado un clásico, con siete ciclistas gigantes peleando hasta los últimos 20 kilómetros.
Y todo eso pasó en esa tarde de sábado, que nos dejó una sensación de haber presenciado algo histórico.
Ni los más veteranos recordaban algo parecido: una fuga de siete con las grandes estrellas del pelotón, y lo mejor de todo, ¡se entendían entre ellos y se iban hasta el final!
Julian Alaphilippe, que parecía confiado por su victoria aquí dos años antes, atacó antes que nadie, pero no contaba con que se le unieran esos monstruos.
Entre ellos, Mathieu Van der Poel, quien mostró una de sus mejores versiones, pegando acelerones brutales, creando huecos imposibles de cerrar y dejando a sus rivales atrás.
La imagen de Van der Poel descontrolando su bici en las calles de Siena es una de las más impresionantes que he visto en mucho tiempo, y la nube de polvo que levantó kilómetros atrás… otro espectáculo.
Para mí, esa Strade Bianche de 2021 fue el punto de inflexión que marcó el nuevo rumbo del ciclismo. Fue la carrera que asentó a la nueva generación.
En esa escapada no faltaba nadie relevante, y quedó claro que con estos ciclistas en la carrera, el futuro iba a ser muy distinto.
Son corredores sin miedo, que no se ponen límites con las distancias y que no tienen miedo de atacar con riesgos.
Hoy en día, esa forma de competir ya está instalada, pero en aquellos días de marzo, fue un golpe de realidad que se confirmó con la Tirreno que vino después.
La Strade Bianche de 2021 fue la carrera que trajo el nuevo orden al ciclismo.